¡La Constitución no!
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Fernando Barros
En medio de una combinación de rubor y estupor generalizados por la arrolladora evidencia del carácter generalizado y transversal del financiamiento ilegal de campañas políticas de 2009 y 2014, y de la captura permanente de centros de pensamiento, partidos, movimientos y parlamentarios mediante aportes y pagos de privados, también al margen de la legalidad, el país aguardaba un mensaje potente de su máxima autoridad que representara el inicio de un cambio real.
A la mayoría de los chilenos nos hubiere gustado ver a la Presidenta acompañada de los principales parlamentarios y dirigentes políticos, pasados y actuales, haciendo un reconocimiento público de sus errores y asumiendo un compromiso de verdad por una mejor y más respetable actividad política.
No fuimos sorprendidos. La clase política no está por contribuir con su esfuerzo a las grandes transformaciones que requiere Chile y se la juega por calmar los ánimos ofreciendo atractivas y distractoras ofrendas a las masas: La culpable de todos los males, la vilipendiada Constitución Política de la República de 1980, es el meollo de todos los problemas y su total eliminación es la solución de la corrupción, delincuencia, criminalidad, evasiones tributarias y todo otro mal que afecta a Chile. La solución es reactivar la fiesta popular, ahora bajo la denominación de proceso constituyente.
Cabe destacar el que la Constitución que nos rige es el resultado de años de trabajo tras el derrumbe del sistema político de Chile en 1973, carta fundamental que fue ratificada en un plebiscito masivo y que fue posteriormente objeto de modificaciones y perfeccionamientos, al nivel que fue re-promulgada bajo la firma del primer Presidente socialista elegido bajo su vigencia. Ella ha iluminado el más exitoso proceso de recuperación democrática y desarrollo social, económico e institucional de la historia de Chile y, definitivamente, de toda Latinoamérica de los últimos 40 años.
La Constitución es el reflejo del país y de los valores de nuestra sociedad y los de la cultura cristiano occidental de la que provenimos y formamos parte. Ella tiene como base la persona humana, su vida, la familia, la sociedad, la libertad individual y la propiedad privada, en cuanto derecho y entorno para el desarrollo del emprendimiento y la realización personal. El Estado al servicio de la persona.
Descartada la falacia de que nuestra Constitución tenga alguna debilidad en su legitimidad y en ausencia de planteamientos concretos sobre sus presuntas falencias, resulta evidente que la guerra es contra el contenido y que el caos del proceso constituyente es el entorno propicio para el desmantelamiento de los derechos y deberes que consagra y que han sido la razón del éxito social y económico de las últimas décadas.
Puede ser difícil de entender para quienes nunca han generado un puesto de trabajo ni se han atrevido a emprender, pero es el contexto de libertades, derechos y protecciones constitucionales el que explica el explosivo crecimiento de la iniciativa emprendedora de los particulares y la inversión, y con ello el salto de nuestro país desde la pobreza y mediocridad de los años sesenta, al liderazgo a nivel mundial que llegamos a ocupar. Del fallido Pacto Andino a la OCDE, del Gran Hermano al Estado Subsidiario, de la dictadura del proletariado al fin de los proletarios, de los burócratas a los emprendedores. El nuevo Chile nace de la actividad empresarial y el consiguiente crecimiento económico, proceso que se incuba en nuestra Constitución Política.
Es mucho más lo que está en juego que quién firma la carta constitucional o bajo qué régimen se promulgó. Pareciera que se trata de retroceder y desandar el camino de progreso que hemos transitado y volver al Estado omnipresente, a disminuir a la persona y sus libertades, a postergar el derecho de propiedad y el emprendimiento en favor de difusos intereses superiores que determina e impone la burocracia.
Cuando el afán refundador parece invadirlo todo y el slogan se repite sin conciencia, cabe una actitud férrea en defensa de lo que hemos construido. Por ello: La Constitución NO.